El futuro de un pueblo destinado a la basura (IV)

El tren subterráneo nos llevó a Barcelona en menos de una hora. Alba y yo salimos de la estación y nos encontramos con una ciudad muy diferente a la que habíamos imaginado. Barcelona era una metrópolis moderna y vibrante, llena de gente, coches, edificios y luces. Parecía que la basura no era un problema aquí, o al menos no se veía.

  • ¿Qué te parece? -me preguntó Alba, con una mezcla de asombro y desconfianza.
  • No sé qué pensar -le respondí-. Es como si hubiéramos entrado en otro mundo.
  • Tal vez lo hayamos hecho -dijo ella-. Un mundo donde la gente vive sin preocuparse por la basura, pero también sin saber lo que pasa fuera de su burbuja.
  • ¿Crees que hay alguna solución aquí? -le pregunté.
  • No lo sé, pero tenemos que averiguarlo -dijo ella-. Vamos a buscar el centro de investigación.

Seguimos las indicaciones que nos había dado Rosa y caminamos por las calles de Barcelona. La gente nos miraba con curiosidad, como si fuéramos extranjeros o forasteros. Supongo que éramos ambas cosas. Llevábamos ropa sucia y gastada, y nuestras caras reflejaban el cansancio y el miedo. No encajábamos en ese lugar.

Después de media hora de caminata, llegamos al centro de investigación. Era un edificio enorme y blanco, con un letrero que decía: «Instituto de Ciencias Ambientales». Había una puerta con un lector de huellas dactilares y una cámara de seguridad. Alba se acercó a la puerta y tocó el timbre.

  • ¿Quién es? -se oyó una voz desde el interior.
  • Somos Alba y yo, venimos de Masquefa -dijo Alba.
  • ¿De Masquefa? -repitió la voz con sorpresa-. ¿Qué quieren?
  • Queremos hablar con alguien sobre la basura -dijo Alba.
  • ¿Sobre la basura? -preguntó la voz con incredulidad-. ¿Están bromeando?
  • No, no estamos bromeando -dijo Alba-. Por favor, déjenos entrar. Es muy importante.
  • Lo siento, pero no podemos dejar entrar a nadie sin autorización -dijo la voz-. Este es un centro de investigación privado y confidencial. Si tienen alguna consulta, pueden enviarla por correo electrónico o llamar por teléfono.
  • No tenemos tiempo para eso -dijo Alba-. Necesitamos hablar con alguien ahora mismo. Es una cuestión de vida o muerte.
  • Lo siento, pero no puedo hacer nada -dijo la voz-. Ahora les pido que se retiren o tendré que llamar a la policía.

La puerta se cerró con un clic y la voz se silenció. Alba y yo nos quedamos frente al edificio, frustrados e impotentes.

  • ¿Y ahora qué hacemos? -le pregunté a Alba.
  • No lo sé -dijo ella-. Tal vez deberíamos intentar entrar por otro lado.
  • ¿Otro lado? -repetí-. ¿Cómo?
  • No sé, quizás haya alguna ventana abierta o alguna salida de emergencia -dijo ella-. O tal vez podamos encontrar a alguien que trabaje aquí y le pidamos ayuda.
  • ¿Y si nos descubren? -le pregunté.
  • Entonces tendremos que correr o pelear -dijo ella-. Pero no podemos rendirnos. Hemos venido hasta aquí por una razón. Tenemos que saber si hay alguna solución a la basura. Tenemos que saber si hay alguna esperanza para nosotros y para el mundo.

Alba me miró con determinación y yo asentí con la cabeza. Estaba dispuesto a seguir su plan, por loco que fuera. Después de todo, ella era mi compañera y mi amiga. Y juntos habíamos escapado de Masquefa, habíamos llegado a Igualada, habíamos conocido a Rosa y habíamos tomado el tren hacia Barcelona. Juntos habíamos vivido una aventura que nunca olvidaríamos.

Así que nos alejamos del edificio y buscamos otra forma de entrar al centro de investigación. No sabíamos qué nos esperaba dentro, ni si encontraríamos lo que buscábamos. Pero teníamos una cosa clara: no íbamos a rendirnos. Íbamos a luchar por nuestro sueño. Íbamos a luchar por nuestro futuro.

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