El futuro de un pueblo destinado a la basura (III)

Alba y yo nos despedimos de nuestros padres con un abrazo y una sonrisa. Les dijimos que íbamos a dar un paseo por la ciudad, que volveríamos pronto. No les dijimos que teníamos un plan para escapar de Masquefa, que no sabíamos si volveríamos a verlos. No queríamos preocuparlos ni hacerlos sufrir. Sabíamos que ellos estaban orgullosos de nuestro trabajo, que creían que era lo mejor para nosotros y para la humanidad. Pero también sabíamos que no compartían nuestro sueño, que no entendían nuestra necesidad de ver el mundo con otros ojos.

Nos dirigimos al punto ciego del muro, donde nos esperaba un miembro de “Los Rebeldes”. Era un hombre joven, de unos veinte años, con el pelo rubio y los ojos azules. Llevaba una chaqueta de cuero negra y unos vaqueros rotos. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda y un tatuaje en el brazo derecho. Se llamaba Leo y era el líder del grupo clandestino.

Leo nos saludó con una sonrisa y nos entregó una motocicleta eléctrica. Era una máquina vieja y oxidada, pero funcionaba bien. Leo nos dijo que la había conseguido de un depósito de chatarra, que la había arreglado él mismo. Nos dio unas gafas de sol, unos guantes y unos cascos. Nos dijo que nos los pusiéramos, que nos protegerían del sol, del viento y del ruido.

Leo nos dio un mapa antiguo, donde había marcado las rutas posibles hacia otras ciudades. Nos dijo que la ciudad más cercana era Igualada, que estaba a unos cincuenta kilómetros de Masquefa. Nos dijo que allí podríamos encontrar más información sobre el mundo exterior, que podríamos contactar con otros rebeldes. Nos advirtió que el camino era peligroso, que había muchos obstáculos y enemigos. Nos dijo que tuviéramos cuidado, que fuéramos rápidos.

Leo nos deseó suerte y nos dio un abrazo. Nos dijo que éramos valientes, que éramos especiales. Nos dijo que él también tenía un sueño, que quería cambiar el mundo. Nos dijo que nos esperaba en Barcelona, donde se encontraba el gobierno central y el centro de investigación científica. Nos dijo que allí podríamos encontrar respuestas y soluciones al problema de la basura.

Alba y yo subimos a la motocicleta y arrancamos el motor. Sentimos una descarga de adrenalina y emoción. Estábamos a punto de empezar nuestra aventura, de ver el mundo con otros ojos. Miramos al muro, donde los drones y las cámaras vigilaban todo lo que ocurría en la ciudad. Esperamos a que hubiera un momento de distracción, a que hubiera una brecha en la seguridad.

Y entonces, aceleramos a fondo y salimos disparados hacia el muro.


El viaje hacia Igualada fue una experiencia inolvidable. Vimos cosas que nunca habíamos visto antes, cosas que nos sorprendieron y nos asustaron. Vimos cómo la basura se extendía por todas partes, cómo cubría los campos, los bosques, los ríos, los lagos. Vimos cómo la basura se mezclaba con los animales, las plantas, las rocas, el agua. Vimos cómo la basura se transformaba en formas extrañas y monstruosas, cómo emitía sonidos y olores desagradables.

Pero también vimos cosas que nos maravillaron y nos emocionaron. Vimos cómo el sol se ponía en el horizonte, cómo teñía el cielo de colores rojos y naranjas. Vimos cómo las estrellas brillaban en la noche, cómo formaban constelaciones y figuras imaginarias. Vimos cómo la luna se reflejaba en el agua, cómo creaba un camino de luz plateada.

También vimos cómo la vida se abría paso entre la basura, cómo resistía y se adaptaba a las condiciones adversas. Vimos cómo algunas flores crecían entre los desperdicios orgánicos, cómo desprendían un aroma dulce y delicado. Vimos cómo algunos pájaros volaban entre los restos metálicos, cómo cantaban con alegría y armonía. Vimos cómo algunos insectos se alimentaban de los residuos electrónicos, cómo generaban electricidad y comunicación.

Alba y yo nos sentíamos como si estuviéramos en otro mundo, como si fuéramos los primeros exploradores de una tierra desconocida. Nos sentíamos libres y felices, como si nada pudiera detenernos. Nos hablábamos de todo lo que veíamos, de lo que pensábamos y sentíamos. Nos reíamos y nos abrazábamos, como si fuéramos los mejores amigos del mundo.

Pero también nos enfrentamos a varios obstáculos en el camino, que pusieron a prueba nuestra valentía y nuestra habilidad. Tuvimos que cruzar un río contaminado, que estaba lleno de sustancias tóxicas y corrosivas. Tuvimos que esquivar una tormenta eléctrica, que lanzaba rayos y truenos por todas partes. Tuvimos que evitar una patrulla de seguridad, que nos perseguía con armas y vehículos.

Alba y yo nos apoyamos el uno al otro, nos ayudamos a superar las dificultades. Usamos nuestra inteligencia y nuestra creatividad, para encontrar soluciones y alternativas. Usamos nuestra motocicleta y nuestras herramientas, para sortear los peligros y los enemigos. Usamos nuestra determinación y nuestro sueño, para seguir adelante y no rendirnos.

Al final, llegamos a Igualada, donde esperábamos encontrar más información sobre el mundo exterior, donde esperábamos contactar con otros rebeldes. Pero lo que encontramos fue algo muy diferente a lo que imaginábamos.


Igualada era una ciudad en ruinas y abandonada. No había nadie en las calles, ni en las casas, ni en los edificios. Todo estaba destruido y sucio, como si hubiera pasado una guerra o una catástrofe. Todo estaba silencioso y oscuro, como si hubiera muerto la vida.

Alba y yo nos bajamos de la motocicleta y entramos en la ciudad con cautela. Buscamos algún signo de vida humana, algún indicio de actividad rebelde. Pero no encontramos nada, solo vacío y desolación.

Nos preguntamos qué había pasado en Igualada, por qué estaba así. Nos preguntamos si habría alguna esperanza para esta ciudad, si habría alguna forma de recuperarla. Nos preguntamos si habría otras ciudades como esta, si habría algún lugar donde la humanidad pudiera vivir en paz.

Mientras caminábamos por la ciudad, vimos una iglesia que estaba medio derrumbada. Decidimos entrar a ver si había algo interesante o útil. Entramos por una puerta lateral que estaba abierta y nos encontramos con un interior sombrío y polvoriento. Había bancos rotos, velas apagadas, imágenes descoloridas.

En el altar, había una figura de madera que representaba a una mujer con un niño en brazos. Era la Virgen María con el niño Jesús. La figura estaba cubierta de polvo y telarañas, pero aún conservaba una expresión de bondad y ternura.

Alba se acercó al altar y se arrodilló frente a la figura. Alba era creyente, le gustaba rezar y hablar con Dios. Alba le pidió a la Virgen que nos protegiera, que nos guiara, que nos ayudara a cumplir nuestro sueño.

Yo me quedé atrás, mirando a Alba con respeto y admiración. Yo no era creyente, no me gustaba rezar ni hablar con Dios. Yo no le pedí nada a la Virgen, solo le di las gracias por estar ahí.

Mientras Alba rezaba y yo observaba, escuchamos un ruido detrás de nosotros. Era el sonido de unos pasos que se acercaban lentamente. Nos dimos la vuelta y vimos a una anciana que salía de una puerta trasera. Era una mujer pequeña y delgada, con el pelo blanco y los ojos verdes. Llevaba un vestido negro y un chal gris. Tenía un bastón en la mano derecha y una bolsa en la izquierda.

La anciana nos preguntó quiénes éramos y qué hacíamos allí. Le dijimos que éramos viajeros, que veníamos de Masquefa, que queríamos ver el mundo. La anciana nos escuchó con atención y asombro. Nos dijo que hacía mucho tiempo que no veía a nadie nuevo en la ciudad, que todos se habían ido o muerto. Nos dijo que ella era la única que quedaba, que se llamaba Rosa.

Rosa nos invitó a acompañarla a su casa, que estaba cerca de la iglesia. Nos dijo que allí podríamos descansar y comer algo, que tenía algunas provisiones guardadas. Nos dijo que también nos podía contar la historia de Igualada, que sabía muchas cosas sobre el pasado y el presente. Nos dijo que quizás nos podía ayudar con nuestro sueño, que tenía algunos contactos con otros rebeldes.

Alba y yo aceptamos la invitación de Rosa, que nos pareció una mujer amable y generosa. Seguimos a Rosa hasta su casa, que era una pequeña cabaña hecha de madera y metal. Entramos en la cabaña y nos sentamos en unos sillones viejos y cómodos. Rosa nos ofreció un té caliente y unas galletas secas. Nos dijo que nos sintiéramos como en casa.

Rosa empezó a contarnos la historia de Igualada, que era una historia triste y dramática. Nos dijo que Igualada había sido una ciudad próspera y feliz, que tenía una industria textil y una cultura popular. Nos dijo que Igualada había sido una ciudad rebelde y valiente, que había luchado por su libertad y su identidad. Nos dijo que Igualada había sido una ciudad víctima y olvidada, que había sufrido las consecuencias de la basura y la contaminación.

Rosa nos dijo que todo empezó cuando el gobierno central decidió convertir a Igualada en un centro de tratamiento de residuos, como Masquefa. Nos dijo que el gobierno central les prometió beneficios y mejoras, pero solo les trajo problemas y enfermedades. Nos dijo que el gobierno central les impuso normas y restricciones, pero no les dio recursos ni ayudas.

Rosa nos dijo que los habitantes de Igualada se opusieron al plan del gobierno central, que organizaron protestas y manifestaciones. Nos dijo que los habitantes de Igualada se unieron a otros rebeldes, que formaron una red de resistencia y solidaridad. Nos dijo que los habitantes de Igualada se enfrentaron al gobierno central, que hubo enfrentamientos y violencia.

Rosa nos dijo que el gobierno central respondió con represión y castigo, que envió tropas y drones para someter a Igualada. Nos dijo que el gobierno central cortó el suministro de agua y electricidad, que bloqueó las comunicaciones y los transportes. Nos dijo que el gobierno central dejó a Igualada aislada y abandonada, que la convirtió en una ciudad fantasma.

Rosa nos dijo que muchos habitantes de Igualada murieron o huyeron, que solo unos pocos se quedaron. Nos dijo que ella era una de los supervivientes, que había decidido quedarse por amor a su ciudad. Nos dijo que ella había seguido manteniendo contacto con otros rebeldes, que había seguido buscando una forma de cambiar el mundo.

Rosa nos miró con seriedad y nos advirtió del peligro que corríamos al estar allí. Nos dijo que el gobierno central seguía vigilando la ciudad, que podía detectar nuestra presencia en cualquier momento. Nos dijo que teníamos que irnos cuanto antes, que no podíamos quedarnos más tiempo.

Rosa nos dijo que teníamos que ir a Barcelona, donde se encontraba el gobierno central y el centro de investigación científica. Nos dijo que allí podríamos encontrar respuestas y soluciones al problema de la basura. Nos dijo que allí podríamos cumplir nuestro sueño.

Alba y yo le preguntamos a Rosa cómo podíamos llegar a Barcelona, que estaba a unos cien kilómetros de Igualada. Rosa nos dijo que había un tren subterráneo que conectaba las dos ciudades, que era la única forma de viajar sin ser detectados. Rosa nos dijo que ella conocía la ubicación de la estación de tren, que nos podía llevar hasta allí. Rosa nos dijo que ella tenía unos billetes falsos, que nos podía dar para entrar en el tren.

Alba y yo le agradecimos a Rosa su ayuda y su hospitalidad. Le dijimos que era una mujer increíble, que admirábamos su coraje y su sabiduría. Le dijimos que era una amiga, que no la olvidaríamos nunca.

Rosa nos sonrió y nos abrazó. Nos dijo que éramos unos niños maravillosos, que teníamos un futuro brillante y un sueño hermoso. Nos dijo que éramos unos rebeldes, que no nos dejáramos vencer por el miedo ni la desesperanza.

Rosa cogió su bastón y su bolsa y nos hizo una señal para que la siguiéramos. Salimos de la cabaña y caminamos por la ciudad en ruinas hasta llegar a la estación de tren. Entramos en la estación y vimos un cartel que decía: “Barcelona: el corazón del mundo”.

Nos subimos al tren y nos sentamos en unos asientos vacíos. El tren arrancó y se sumergió en la oscuridad del túnel. Alba y yo nos miramos con expectación y nerviosismo. Estábamos a punto de llegar a Barcelona, donde se encontraba el gobierno central y el centro de investigación científica. Allí podríamos encontrar respuestas y soluciones al problema de la basura. Allí podríamos cumplir nuestro sueño.

O tal vez no.

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